jueves, 10 de mayo de 2007

Sorbo a sorbo



Frente a una taza de café,
bajo nubes de bellas sensaciones
que cubren mis párpados entrecerrados...
atrapada en los recuerdos
de tus besos... quedo en silencio,
y sorbo a sorbo se deslizan emociones
de momentos custodiados
en las paredes blancas
de nuestro universo.

En el borde cristalino dejo mis huellas
con la tonalidad sonrojada de mil anhelos,
enredados sutilmente entre tus dedos
que al conjugarse en mi presente,
hacen surgir la inspiración.

Frente auna taza de café...
asomada al fondo inconfundible
de tu mirada...hechizante mezcla
que con avidéz reclamo
para humectarme los labios
al pronunciar tu nombre....

Tersa y delicada porcelana
que acaricio entre mis manos,
para delinear suavemente
su blanca geografia
y absorver su dulce
e inconfundible aroma...

Sabor a miel son tus besos
al recorrer lentamente
los laberintos que guardan
tus sueños...

Convulsivos destellos circulares
dejan una linea iluminada,
entre la realidad compartida
y la excitantes fantasías
que se forman en el alma
cuando entramos en las dimensiones
deconocidas del amor...
Yulinn

domingo, 6 de mayo de 2007

A mi madre


¡Oh, cuan lejos están aquellos días
en que cantando alegre y placentera,
jugando con mi negra cabellera,
en tu blando regazo me dormias!

¡Con que grato embeleso recojías
la balbuciente frase pasajera
que, por ser de mis labios la primera
con maternal orgullo repetias!

Hoy que de la vejez en el quebranto,
mi barba se desata en blanco armiño,
y contemplo la vida sin encanto,

al recordar tu celestial cariño,
de mis cansados ojos brota el llanto,
porque, pensando en tí, me siento niño

(Vicente Riva)

viernes, 4 de mayo de 2007

Tus caricias


Me quedo silenciosa en la espera,
con el deseo de fusionarse nuestras almas,
mi piel contra tu piel,
mis suaves pétalos en tu jardin.

Queda el sendero
de amor entre mis bosques,
y en las ramas ocultas la ansiedad,
ahora un capullo se abre para ti
con la fragancia exquisita de las montañas....

Las tibias rosas blancas
se dilatan en mi pecho,
donde tus labios hambrientos
se detienen...
tomando de la brisa nocturna
su rocío... bajo la magia
y fantasías del momento.

En mi almohada dispersos
tus anhelos...
en mi cuerpo las huellas
de tus manos...
en mis ojos el reflejo
de los tuyos...
y sobre la inmensidad...
la culminación de tus sueños.

Asi... lánguidamente
me asomo a tu mirada,
mientras tus caricias
se detienen en mis valles;
percibo el horizonte preñado
de ilusiones...
cuando se humectan de lluvia
los desiertos....

Yulinn

Tu nuevo amanecer



Me falta tiempo para abrazarte,
voz que llegue a tus oidos
tiernas caricias para abrigarte
y vencer el tiempo que transcurre
sin detenerse...

me faltan ojos que me dejen atraparte,
detener las manecillas del reloj
que danzan el circulo de la vida,
aliento para no desfallecer cuando pretendo
encontrarte al morir la tarde...

Porque no me sientes, a pesar de estar cerca...
porque mis palabras no te alcanzan al anochecer,
y en tus labios no se graban mis besos,
quedandose suspendidos en el rìgido umbral
del agobio inerte...

Confundo tus sueños con el viento,
y la silueta de tus pensamientos
con alas de mariposas... porque aquello hermoso
que compartimos, se agita ante nosotros
negandose a morir...

Porque se han impregnado las paredes
del alma, de todas las sensaciones sublimes,
de la pasion excitante que despierta con el alba,
por la ansiedad inenarrable de encontrarte cada dia...

Es que me niego a perderte, y me aferro a lo imposible,
porque soñar es un delirio, y amarte una locura,
y permanecer a tu lado una agonia constante
que me exige tu libertad en otro cielo...

Me falta valor para dejarte, se desgarra el alma
martirizando mi cuerpo, el dolor es tan fuerte
que sofoca mi aliento, estrujando mis sentidos,
sacudiendome completa... y fueron tus palabras
las que inevitablemente marcaron la pauta
para guiar la ruta al encuentro de tu nuevo
amanecer…lejos del mio…


Yulinn
16/Sep/06

Escucha



Escucha el canto de mi corazòn que en la distancia se arrulla con tus recuerdos,
y embelesado bajo este sabado azul, reposa lànguidamente en tu pecho... permiteme
quedarme asi como ahora...lànguidamente recostada en tu pensamiento, para
cuando te asomes, que sean mis caricias, las que se deslicen por ese rostro amado...

Dèjame recorrer los contornos de tu cara, atesorar en mis manos la sensaciòn
de quererte asi como hasta ahora.. con la sublime sensibilidad que despiertas
cada minuto, cuando se anudan las expresiones del alma, por no saber
manifestar en su momento, el sentimiento hermoso que hiciste brotar con tu cariño...

Te quiero demasiado, y tengo a veces un sentimiento en contraste...constantemente
me pregunto si por amarte debo partir para dejarte libre... o seguir aferrada al breve
tiempo que las circunstancias nos permiten para amarnos...no...no lo sè... y sin
embargo, cuando la cordura toca mi puerta, y me habla al oido, me deja como ahora
envuelta en la melancolìa de tenerte, y al mismo tiempo con la ansiedad asfixiante
de buscarte...

Me reservo todas las emociones que en este intante se arremolinan en mi alma,
y cuando la claridad del nuevo dia llegue a tu mundo, buscarè la forma de
acercarme otra vez, para entregarte uno a uno, esos te quiero que hasta hoy
amordacè dentro de mi, y no logrè liberar al encontrarte...



Yulinn
26 agosto/06

¡No sabes cuanto te extraño!


Del calendario irreversible, sigo desprendiendo sus hojas, mirando como transcurren
los días, por lo imposible que resulta retroceder el tiempo... cuanto pesa la ausencia,
cuando el silencio se prolonga, y las noches inexorablemente me atrapan en la melancolia...

Ya mi memoria tiene grabados los detalles que encierran las páginas del diario
escrito de inolvidables momentos,
a lo lejos murmuran las olas y ante el inmenso mar
se agitan mis anhelos...

¡Cuanto te extraño!, resulta asfixiante la monotonía, y el tono gris del desaliento se
oscurece cada vez más... no te tardes demasiado amor, porque la ansiedad me
tiene atrapada, y no quiero que mi voz llegue a tu morada, por no desatar los
demonios internos que rompan la armonia de esta tregua...

Déjame un instante en el regazo de tus pensamientos, y arrúllame con tus palabras,
que sea la ternura inmensa de tu alma, la que me trasmita la paciencia de continuar
lejos de ti, hasta que la rotación de lo astros, de nuevo te traigan aqui, a nuestro
rinconcito de sueños...

Yulinn

¡Acariciame!


¡Acariciame!
Con la abundancia tierna de tus manos,
con la delicia que emanan tus ocasos,
en el dulce sabor a miel que hay en tus brazos...

¡Acaríciame!
Con el Amor desbordante en los ojos de tu cuerpo,
con tu exodo de nubes y el soplido de tu canto,
con el ancho campo de tu corazón de cielo...

¡Acaríciame!
Donde tus huellas digitales se conviertan en arcos,
donde el viento atraviese para palpar tus manos
que me hacen sentir tan mujer y tan amada...

¡Acaríciame! que te extraño.

(Colaboración de Yulinn)

miércoles, 2 de mayo de 2007

¡No quiero que me veas llorar!


Estoy aquí, mirando sin ver nada
tapando cada cicatriz con mil capas
intento avanzar y mis piernas no me ayudan
quiero esconder mi dolor
¡No quiero que me veas llorar!
Y…
¡Disfrazo una sonrisa!
¡Disimulo mil alegrías!
¡Me escondo de mi tristeza!

Sigo divagando en este Cosmos de la vida
entre mil paisajes en mi mente
mi sangre golpea mi corazón
duele, ¡como duele!!
¡No quiero que me veas llorar!
Y…
¡Me aferro a esta pluma!
¡Que me guía la mano!
¡Que me empuja a escribir!

Ahora navego en un mar de espacios inertes
trato de naufragar entre mis lágrimas
buscando miradas verdaderas
luchando contra el tiempo
el tiempo efímero
y esperanzas muertas.
Y...
¡No quiero que me veas llorar!

(Pino Antúnez)

martes, 1 de mayo de 2007

Frutos del Edén


No me abandones en mi vejez”, murmuró el anciano Naftalí.

“Por favor, te lo ruego; no me abandones en mi vejez”, repetía una y otra vez.

Era un hermoso día de primavera. El sol brillaba radiante en el cielo claro, azul. Las finas nubecillas blancas parecían apenas bolas de algodón. El día era cálido y agradable, pero al pobre y anciano Naftalí el mundo le parecía un sitio oscuro, frío y cruel. Estaba solo y triste, y no podía gozar de la belleza del día.

“Rogamos tener una vida larga y feliz”, pensó. “¿Pero es esto con lo que soñamos?” Naftalí estaba totalmente solo en el mundo. Sus hijos se habían casado y se fueron a vivir lejos. Su mujer había muerto. Y por si esto fuera poco, la gente del pueblo ya no lo necesitaba más. Nadie tenía trabajo para un pobre anciano cansado.

Naftalí había trabajado duro durante toda su vida. No era un haragán, pero siempre había sido pobre. No había podido ahorrar dinero para su vejez. Eso nunca le había preocupado o asustado. Todavía quería trabajar, aunque ahora era un anciano. Gracias a Dios gozaba de buena salud, pero algo andaba muy mal.

Había cercas que reparar, techos que remendar, casas que pintar, muebles que arreglar y jardines que plantar y desyerbar, pero el pobre anciano Naftalí nunca tenía trabajo. La gente del pueblo ya no lo necesitaba más.

Siempre que iba a pedir trabajo, la respuesta era la misma.

“Eres un buen hombre, Naftalí. Eres un hombre honesto y trabajar. Has trabajado toda tu vida, y ahora eres demasiado viejo. Este trabajo es muy difícil para ti”. Todos contrataban a hombres jóvenes para hacer el trabajo, hombres jóvenes y fuertes cuyas manos no temblaran y cuyas espaldas no se cansaran fácilmente por estar inclinados demasiado tiempo.

Nadie tenía trabajo para un hombre viejo y cansado, que había trabajado duro toda su vida.

“Oh, ay de mí”, gemía el pobre Naftalí. “¿Qué será de mí? Mírenme en mi vejez”. Meneaba la cabeza y acariciaba su barba larga y plateada. ¿Dónde obtendría alimentos? ¿Cómo se mantendría caliente durante el crudo invierno? La vida no tenía atractivo alguno para el anciano Naftalí.

En la aldea nadie lo necesitaba, y Naftalí no sabía a dónde ir o qué hacer. “Quizá vaya al bosque”, pensó. “Quizá los pajaritos que cantan en los árboles me alegren. Los animales del bosque pueden aliviar mi soledad”.

El silencio y la paz del bosque llenaron de felicidad a Naftalí. Olvidó sus preocupaciones. Había toda clase de bayas en los arbustos del bosque que acallaron su hambre. Halló un pequeño arroyito donde se refrescó con agua fría y cristalina. Pensar en sus problemas no sólo lo había entristecido sino también cansado. Se sentó en el tronco de un árbol caído para descansar un rato. Mientras estaba sentado allí, con la cara entre las manos, y recordaba días más felices, por sus mejillas viejas arrugadas comenzaron a correr lágrimas, y se echó a llorar amargamente. Lloró tan fuerte, y sus pensamientos lo llevaron tan lejos, que no escuchó los pasos que se acercaban. Por eso se asustó mucho cuando de repente escuchó a alguien que decía: “Naftalí, ven conmigo. Naftalí, te necesito”.

La voz era cálida y amistosa. Naftalí se frotó los ojos y miró sorprendido. Frente a él había un granjero anciano vestido con un mameluco, con los ojos más claros y bondadosos que jamás había visto. Dulcemente el granjero dijo a Naftalí:

“¿Por qué estás sentado aquí, solo, llorando, en un día tan hermoso, rodeado de la bella naturaleza de Dios?”

“Es difícil, amigo, ser feliz y disfrutar de la belleza de la naturaleza y el sol, si uno es viejo, no tiene dinero y nunca puede conseguir trabajo”, contestó Naftalí con tristeza.

El anciano granjero apoyó su mano sobre el hombro de Naftalí. Era grande y fuerte, y Naftalí se sorprendió de que fuera tan liviana como una pluma. Comenzó a invadirlo una maravillosa sensación de calidez. Su sangre empezó a correr más rápido por sus venas y empezó a sentirse más fuerte y joven.

“Necesito para mi huerto un hombre de tu experiencia”, dijo el bondadoso granjero. “Y por la edad, estoy seguro de que tú eres un jovenzuelo si te comparo con los años que yo llevo sobre mis cansadas espaldas.

Naftalí estaba muy contento. Se levantó con entusiasmo, y siguió al granjero hasta un valle cercano. Estaba tan entusiasmado y contento que ni se le ocurrió pensar en que nunca había visto a este granjero o que nunca había escuchado nada sobre la existencia de un valle detrás del bosque.

En el medio del valle había una hermosa huerta de frutos en la que Naftalí trabajó toda la tarde recogiendo la fruta madura de los árboles. Cuando se puso el sol, el viejo granjero le dio a Naftalí una cesta con las peras más lindas y le dijo:

“Este es tu pago por el trabajo de hoy. La gente te comprará gustosa estas peras una vez que haya probado su delicioso sabor.

Naftalí se sintió un poco desilusionado. Quería ganar dinero con su trabajo, y en lugar de ello recibía una canasta llena de peras. Pero era un buen hombre, de modo que no protestó. “Gracias”, dijo amablemente. “Gracias por darme trabajo. Adiós. Espero que nos volvamos a ver.

Naftalí estrechó la mano del anciano granjero, tomó su canasta y emprendió el regreso a su hogar.

Caminó lentamente porque estaba cansado y la canasta era pesada. Después de un rato, decidió descansar. Y como tenía hambre y sed, y no tenía qué comer, tomó una de las peras de la canasta y la mordió. Ninguna otra pera que probara en toda su vida había tenido un sabor igual.

¡Decididamente, estas peras tenían algo especial! El sabor, dulce y delicado, era más que delicioso, más que refrescante. Parecían tener todo el sabor y el poder alimenticio de los frutos del ‘Jardín del Edén’, donde vivieron Adán y Eva. Naftalí volvió la vista en dirección al valle donde se encontraba la huerta de frutales.

“Sería bueno recordar el lugar donde crecen unos frutos tan extraordinarios. Quizá pueda volver allí algún día para conseguir más trabajo”, pensó. Pero, ¿dónde estaba el sendero? ¡Por más que lo buscó, no pudo volver a encontrar el sendero que conducía al valle! El bosque lo rodeaba todo. Era realmente extraño. ¿Habría sido un sueño? ¿Se había dormido sobre el tronco de un árbol? Naftalí se pellizcó a sí mismo para asegurarse de que estaba despierto. Y allí, a su lado, estaba la canasta de peras, como prueba de que todo había sido real.

“Entonces”, pensó Naftalí, “Dios debe haberme visto sufrir y por eso envió un ángel para ayudarme. El anciano granjero puede haber sido el Profeta Elías u otro de sus numerosos mensajeros. Alguien se preocupa por mí. Aún puede sucederme algo bueno.

Naftalí continuó rumbo al pueblo. Su canasta era pesada, pero esta carga era más liviana que los sentimientos de desesperanza y desaliento de esa mañana. Ahora tenía coraje y esperanza. El porvenir parecía brillante.

A la mañana siguiente Naftalí llevó la canasta de peras al mercado. Con voz clara y enérgica, una voz que parecía la de un hombre joven, saludable y fuerte, gritó:

“¡Vengan, amigos míos! ¡Apúrense! ¡Apúrense! ¡Vengan y compren el mayor deleite de sus vidas. ¡Peras preciosas, especiales! ¡Cien pesos la pera!”.

La gente volvió la cabeza para mirar. En el primer momento, en el mercado se hizo silencio; luego, algunas personas se echaron a reír.

“El anciano Naftalí debe estar loco. Está diciendo tonterías. ¿Cien pesos por una pera? ¿Quién escuchó alguna vez una cosa tan absurda?”.

Naftalí sonrió y meneó la cabeza.

“No se preocupen, viejos amigos. Estoy bien. No estoy loco. Vengan. Prueben un trozo y luego comprenderán por qué pido un precio tan elevado”.

Naftalí tomó una pera grande y hermosa, perfecta en color y forma, y la cortó en muchos, muchos trozos finos. Ofreció estas muestras al grupo que lo rodeaba. Sonrientes, todos tomaron un trozo hasta que no quedaron más. A medida que comían las pequeñas rodajas de pera, desaparecían lentamente las sonrisas y se veían sorprendidos y atónitos.

“¡Increíble!”, exclamaban. “¡Maravilloso! ¡Fantástico! ¡Fabuloso! ¡Estas peras tienen el sabor del Gan Edén! ¡Estas peras no son de este mundo! ¡Por favor, Naftalí! Otro trocito... Sólo un trocito más...”.

La excitación se estaba apoderando del lugar. Cada vez había más gente. ¿Qué sucedía? ¿Peras preciosas del Jardín del Edén? Nadie había escuchado jamás una cosa semejante. Los afortunados que habían probado las peras no querían moverse del lugar. Estaban inmovilizados, con las manos extendidas, y pedían, imploraban, otro trozo de pera. Pese a sus súplicas, Naftalí se negó a cortar otra pera. Sujetó con fuerza la canasta de frutas, y gritó bien fuerte, en voz alta y poderosa:

“Escuchen, queridos amigos. ¡Observen cuán satisfechos están los que tuvieron la suerte de probar estas peras! ¿Vieron cómo se sorprendieron y cómo ahora piden más? Créanme, estas peras bien valen cien pesos cada una. ¿Quién sabe si alguna vez en sus vidas tendrán otra oportunidad de probar unas peras tan especiales como éstas?”.

Naftalí se mostró firme y rechazó todas las ofertas de pagos más pequeños. En unos pocos minutos, todos los que tenían el dinero se acercaron a comprar peras. Algunos hasta corrieron a sus casas para buscar el dinero. Después de sólo media hora, había vendido todas las peras; todas, excepto una. Por todos lados veía manos extendidas que le ofrecían cien pesos y le pedían esta última pera.

Naftalí meneó la cabeza.

“No hay más”, dijo. “Esta pera no se vende. Es para mí”.

La gente le ofreció más dinero, pero Naftalí no cambió de idea. No vendería la última pera ni por todo el dinero del mundo.

Naftalí se sentía feliz y agradecido. En su hora de miseria y oscuridad, Dios lo había ayudado. Había vendido toda la canasta de peras, y ahora tenía suficiente dinero para el resto de su vida. Nunca más precisaría preocuparse por tener suficiente comida para vivir. No tendría que sentir miedo de sufrir frío en invierno.

Naftalí se dirigió a su casa. Estaba cansado, pero se sentía bien. Se sentó en su silla vieja y gastada, sacó su pequeño cuchillo, y cortó cuidadosamente en trocitos la última de las peras preciosas. Pronunció una bendición especial de agradecimiento a Dios por haber creado los frutos del árbol, y su corazón se llenó de gratitud. Luego, muy lentamente, comió la pera. Masticó cada trocito cuidadosamente, para que el delicioso sabor de la fruta continuara en su boca por mucho tiempo.

Cuando hubo tragado el último trozo, fue al jardín y plantó las semillas. “Quizá no viva para ver crecer de estas semillas el nuevo árbol”, murmuró lentamente. “Pero algún día otras personas pobres y ancianas podrían necesitar ayuda, y quizás, al plantar estas semillas, yo les pueda ayudar. De ese modo estaré agradeciendo a Dios la ayuda que me brindó en mi momento de mayor necesidad.

Los años pasaron. Naftalí vivió lo suficiente como para ver a las jóvenes plantas salir de la tierra. Vio a las plantas crecer más y más, hasta convertirse en jóvenes árboles. Los árboles maduraron y comenzaron a dar su fruto.

Cuando Naftalí llegó a una edad muy anciana y estaba listo para irse al Cielo, dejó un testamento. El dinero que le quedaba debía usarse para cuidar sus árboles frutales de modo que con ellos se pudiera ayudar a todos los pobres y ancianos.

Y así fue. Durante muchas generaciones, “las peras preciosas de Naftalí” eran muy apreciadas por su delicioso sabor y su especial valor nutritivo, particularmente por su valor alimentario para las personas pobres y ancianas.

Poderosa la Oración





Lo pagaré tan pronto como pueda...


Una mujer pobremente vestida, con un rostro que reflejaba derrota, entró a una tienda. La mujer se acercó al dueño de la tienda y, de la manera más humilde, le preguntó si podía llevarse algunas cosas a crédito.

Con voz suave le explicó que su esposo estaba muy enfermo y que no podía trabajar; tenían siete niños y necesitaban comida.

El dueño le pidió que abandonara su tienda.

Sabiendo la necesidad que estaba pasando su familia, la mujer continuó: "Por favor señor, se lo pagaré tan pronto como pueda”.

El dueño le dijo que no podía darle fiado, ya que no tenía una cuenta de crédito en su comercio.

De pie cerca del mostrador se encontraba un cliente que escuchó la conversación entre el dueño de la tienda y la mujer. El cliente se acercó y le dijo al dueño que él se haría cargo de lo que la mujer necesitara para su familia.

El dueño, preguntó a la mujer: “¿Tiene usted una lista de compra?” A lo que ella le contestó afirmativamente. "Está bien", dijo el dueño, "ponga su lista en la balanza y lo que pese su lista, le daré yo en comestibles".

La mujer titubeó por un momento y cabizbaja, buscó en su cartera un pedazo de papel y escribió algo en él. Puso el pedazo de papel, afligida aún, en la balanza. Los ojos del dueño y del cliente se llenaron de asombro cuando la balanza se fue hasta lo más bajo y se quedo así. El dueño entonces, sin dejar de mirar la balanza dijo: "No lo puedo creer".

El cliente sonrió y el dueño comenzó a poner comestibles al otro lado de la balanza. La balanza no se movió por lo que continuó poniendo más y más comestibles hasta que no aguantó más.

El dueño se quedó allí parado con un gran asombro. Finalmente, agarró el pedazo de papel y lo miró con mucho más asombro... No era una lista de compra, era una oración que decía:

"Querido Señor, Tú conoces mis necesidades y yo voy a dejar esto en Tus manos".

El dueño de la tienda le dio los comestibles que había reunido y quedó allí en silencio. La mujer le agradeció y abandonó su tienda. El cliente le entregó un billete de cincuenta dólares al dueño y le dijo: “Valió cada centavo de este billete".

Sólo Dios sabe cuánto pesa una oración. EL PODER DE LA ORACION.

Querido Lector: Cuando leas este mensaje, haz una oración.

Esto es todo lo que tienes que hacer: Sólo detente ahora y haz una sencilla y sincera oración por ti, por los tuyos y por todos nosotros.

La oración es uno de los mejores regalos gratuitos que recibimos.

No tiene costo pero sí, muchas recompensas.

El Tren de la Vida




Cuando nacemos y subimos al tren, encontramos dos personas queridas que nos harán conocer el viaje hasta el fin: nuestros padres.

Lamentablemente, ellos en alguna estación se bajarán para no volver a subir más. Quedaremos huérfanos de su cariño, protección y afecto.

Pero a pesar de esto, nuestro viaje debe continuar; conoceremos otras interesantes personas, durante la larga travesía, subirán nuestros hermanos, amigos y amores. Muchos de ellos sólo realizarán un corto paseo, otros estarán siempre a nuestro lado compartiendo alegrías y tristezas.

En el tren también viajarán personas que andarán de vagón en vagón para ayudar a quien lo necesite. Muchos se bajarán y dejarán recuerdos imborrables. Otros en cambio viajarán ocupando asientos, sin que nadie perciba que están allí sentados.

Es curioso ver como algunos pasajeros a los que queremos, prefieren sentarse alejados de nosotros, en otros vagones. Eso nos obliga a realizar el viaje separados de ellos. Pero eso no nos impedirá, con alguna dificultad, acercarnos a ellos. Lo difícil es aceptar que a pesar de estar cerca... no podremos sentarnos juntos, pues muchas veces otras son las personas que los acompañan.

Este viaje es así, lleno de atropellos, sueños, fantasmas, esperas, llegadas y partidas. Sabemos que este tren sólo realiza un viaje, el de ida. Tratemos, entonces de viajar lo mejor posible, intentando tener una buena relación con todos los pasajeros, procurando lo mejor de cada uno de ellos, recordando siempre que, en algún momento del viaje alguien puede perder sus fuerzas y deberemos entender eso. A nosotros también nos ocurrirá lo mismo seguramente alguien nos entenderá y ayudará.

El gran misterio de este viaje es que no sabemos en cual estación nos tocará descender.

Pienso en cuando tenga que bajarme del tren, ¿sentiré añoranzas? Mi respuesta es SI; dejar a mis hijos viajando solos será muy triste. Separarme de los amores de mi vida será doloroso. Pero tengo la esperanza de que en algún momento nos volveremos a encontrar en la estación principal y tendré la emoción de verlos llegar con muchas más experiencias de las que tenían al iniciar el viaje. Seré feliz al pensar que en algo pude colaborar para que ellos hayan crecido como buenas personas.

Ahora, en este momento, el tren disminuye la velocidad para que suban y bajen personas. Mi emoción aumenta a medida que el tren va parando... ¿Quién subirá?, ¿quién será? Me gustaría que Usted pensase que, desembarcar del tren, no es solo una representación de la muerte o el término de una historia que dos personas construyeron y que por motivos íntimos dejaron desmoronar.

Estoy feliz de ver como ciertas personas, como nosotros, tienen la capacidad de reconstruir para volver a empezar, eso es señal de lucha y garra y saber vivir es poder dar y obtener lo mejor de todos los pasajeros.

Agradezco a Dios porque estemos realizando este viaje juntos y a pesar de que nuestros asientos no estén juntos, con seguridad el vagón es el mismo.